Hace varios meses, concretamente el 5 de abril de 2021, la columna de opinión que inauguraba la sección en El Cultural Cántabro se titulaba ‘Salvar al salvavidas’. Ha pasado mucho tiempo desde aquellos primeros párrafos, desde ese alegato en que, resumiendo, se pedía dar un mayor reconocimiento a la cultura.
A lo largo de los últimos años, especialmente durante los últimos dos, el mundo ha dado un giro completo. La forma de comunicarnos, de trabajar e incluso de socializar ha cambiado por completo. Pero lo que no ha cambiado es la cultura.
La cultura es mucho más que una definición
Hay muchas formas de definir este ámbito. Podemos hablar de cultura social, de arte, de cine, de literatura… Es decir, de cualquier disciplina o área en la que el propio ser humano esté involucrado.
La cultura es mucho más que una definición. Es un punto y aparte, es herencia y futuro. La cultura es la construcción de las personas, pero también de su entorno, de su día a día. La cultura no es más que la forma de ver la vida que tiene cada individuo, o incluso cada sociedad. Es un faro por el que caminamos nuestro propio sendero.
Las maneras de definir este término son eternas, pero nunca habrá una más correcta que la que cada uno piense. Ver una película o leer un libro puede producir diferentes sensaciones según quien lo haga. Puede que haya gente que no se emocione con ese “¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!” de Walt Whitman pero sí lo hagan con la melodía de una canción de heavy metal. ¿Qué más da una disciplina que otra? ¿O un género que otro?
El fin de la cultura no es otro que aprender a ser uno mismo. Por eso no se puede encasillar en una disciplina. Todo es arte. Las palabras y los ritmos conjugándose pueden producir las mismas emociones que uno de los cuadros más buenos, o más abstractos del mundo.
La cultura está dentro de cada individuo. Y por eso fue tan importante esa primera columna ‘Salvar al salvavidas’ en la que se hablaba de la necesidad de recuperar la cultura, ese ir al cine, coger un libro, darle al play a una canción. Teníamos que volver a sentir.
Tras la COVID-19 muchos sectores se vieron afectados, pero el cultural fue uno de los más dañados. Decir que ya nada es lo que era no es más que una ironía. Por supuesto que no lo es. Nadie es quién era hace veinte años. La vida pasa, cambia, y se convive con ello.
Pero la cultura tiene el poder de quedarse a vivir en cada uno. Puede, incluso, quedarse tan anclada en un momento del pasado que ansiamos tocar que podemos revivirlo. Esa última canción, las últimas palabras que le pudiste leer a quien sabías que jamás volverías a ver, una sintonía que se acabó quedando en silencio.
La cultura es pasado, presente y futuro, y por eso tiene que tener su espacio. Más aún la cultura cántabra, que, teniendo en cuenta el transcurso histórico de la comunidad autónoma, tiene mucho que aportar.
Es la forma más sincera que tiene el ser humano de descubrirse a corazón abierto
Y aunque haya mucha gente que lo piense, la cultura no ha muerto porque está dentro de cada uno de nosotros. Es, quizás, la forma más sincera que tiene el ser humano de descubrirse a corazón abierto. Es verdad y pasión, bondad y recuerdo, pasado y futuro a partes iguales. La cultura tiene el poder de hacernos repetir uno de los momentos más felices de nuestra vida, porque no solo son disciplinas, también es la cultura social que se ha ido construyendo a lo largo del tiempo. Así que no, la cultura no ha muerto.
Uno de los poemas más importantes de la cultura española, Gustavo Adolfo Bécquer, escribía que “Podrá no haber poetas; pero siempre/ Habrá poesía.” En cierto modo, este poeta ya se había dado cuenta de que sin cultura no se puede vivir. Y por eso, mientras haya humanidad, habrá cultura. El salvavidas somos nosotros porque nosotros somos la cultura.